El nombre del enigma; una mirada comparativa a El último enigma de Joan Manuel Gisbert

       Esta reseña no pretende desvelar todos los misterios de tan interesante novela, sino más bien invitar a su lectura ofreciendo unos cuantos apuntes que inciten a los lectores de nuestro blog a perderse por los caminos y calles belgas en pos de la clave que desvelará El último enigma.

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       Joan Manuel Gisbert nos sorprende una vez más con un relato de misterio ambientado en Bélgica a finales del siglo XVI. La novela, que evoca otras tan dispares como El trono de huesos de dragón de Tad Williams o El nombre de la rosa de Eco, nos introduce en un mundo de conjuras e intereses contrapuestos donde un extraño texto, El enigma de Salomón, hace estragos entre los miembros de una sociedad secreta conocida por el nombre de la Hermandad de Maestros de los enigmas.

       Gisbert nos conduce al esclarecimiento de los hechos a través de dos narraciones paralelas que se van a encontrar en Brujas. Si bien en otros relatos como Los espejos venecianos la ambientación resulta floja y poco verosímil, este relato logra gran acierto más a través de la caracterización psicológica de los personajes que de los lugares descritos mediante unas discretas pinceladas.

       De nuevo, el escritor nos presenta a una serie de personajes hacia los cuales no podemos dejar de sentir simpatía, recelo, rechazo... Ismael, personaje con el que los más jóvenes se verán inmediatamente identificados, recuerda a aquel otro Adso de Melk de El nombre de la rosa, que como él mismo corre tras  un maestro del cual desconoce casi todo. La figura del inquisidor Lauchen guarda curiosos paralelismos, a su vez, con la de Bernardo Gui. Incluso uno de los Maestros de enigmas que enferma a causa de la lectura del texto muere, aparentemente, de la misma forma que muere la primera víctima del II Libro de Poética de Aristóteles, a saber, despeñado. Estas coincidencias, que no demuestran más que muchos de nosotros guardamos los mismos textos en nuestro recuerdo, lejos de desmerecer la novela le dan una dimensión más atractiva y sugerente.

       Con todo, las similitudes se acumulan ya que volvemos a encontrarnos ante un texto que mata. El giro que da Gisbert es sutil; esta vez el libro no envenena el cuerpo sino la mente de todo aquel que se atreve a ahondar en sus misterios, gentes, por otro lado, totalmente predispuestas por su particular idiosincrasia. El veneno, por último, guarda una curiosa similitud con los virus informáticos que hará las delicias de unos jóvenes totalmente familiarizados con este tipo de cuestiones -un sobresaliente para Gisbert-.

       Por otro lado, el autor sigue ofreciéndonos en esta novela un léxico cuidado, un acertado uso del diálogo y todo un compendio de términos nuevos que redundarán en la formación integral de nuestros alumnos y de nosotros mismos. Las descripciones generan un espesor imaginario que junto a la caracterización de los personajes nos permite visualizar unos escenarios a veces misteriosos, otras alarmantes y siempre creíbles.

        No puedo más que invitaros a leer esta novela y, a los que sois docentes, animaros a trabajar con ésta en el aula. Sin duda, no es El nombre de la rosa pero es una puerta hacia las espinas que ésta guarda, espinas vestidas de maravillosas palabras. Tal vez, quede el alumno perdido en Bélgica y nunca quiera viajar con Guillermo de Baskerville a Italia, será asimismo justo ya que esta novela posee, como otras del autor, un valor literario incontestable.

Luis F. Güemes Suárez
En Alicante, a 4 de junio de 2010

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